Hace tres años, un 6 de noviembre de 2009, a las 22:30h en Barcelona, nos dejaba el fotógrafo Humberto Rivas (Buenos Aires 1937 – Barcelona 2009).
Tuve el privilegio de trabajar para Humberto Rivas durante tres intensos años. Empecé colaborando como asistente y acabé trabajando en la organización y clasificación de su archivo. Pero con lo me quedo de aquellos años es con la complicidad y la amistad que llegué a tener con él. Lo que empezó siendo una pequeña ayuda profesional como asistente acabó siendo una amistad sincera y de mutua ayuda. Debido a su enfermedad, el maestro que había sido de varias generaciones de fotógrafos y fotógrafas se iba diluyendo junto con su memoria y me mostraba a un Humberto sencillo e intenso, vulnerable, generoso a la hora de querer mostrarme aquellas cosas sencillas por las que merecía la pena vivir. Fueron días de largos paseos, de visitas a exposiciones de fotografía a las que no le importaba volver una y otra vez, no tanto porque no las recordaba, sino por el interés que tenía en enseñarme su último descubrimiento fotográfico, ya fuera una exposición de fotografía china contemporánea o una sobre el barraquismo en Barcelona. Daba igual, lo que a Humberto le gustaba era caminar, relacionarse con las personas, saludar a los conocidos, ver posibles localizaciones para poder fotografiar o ir a la heladería mas cercana a disfrutar de un helado de chocolate. Entre todos los lugares por los que nos movíamos, Humberto tenía especial predilección por uno muy concreto, que dio para largas conversaciones sobre el tema que le había tenido ocupado durante los últimos años como fotógrafo en activo en su proyecto Huellas: La Plaça de Sant Felip Neri, en Barcelona y la relación de ese espacio con la guerra civil. Es inevitable para mi acordarme de él cada vez que paso por allí. A veces modifico mi recorrido si estoy cerca para hacerle un pequeño y silencioso homenaje.
Al final de este vídeo, dirigido por Roser Oliva, se nos puede ver en el lugar que comento.
Humberto Rivas nos ha dejado muchas imágenes, algunas incluso se han convertido en iconos de una época histórica de la fotografía de este país, pero lo que quiero compartir hoy son sus palabras. Aquí está la última entrevista que Humberto realizó con motivo de una exposición que se organizó en el año 2009, La mirada del otro, en la que se reunió por vez primera y casi por completo, a los diferentes artistas galardonados con el Premio Nacional de Fotografía. Humberto Rivas lo fue en el año 1987.
Las imágenes de Humberto Rivas que acompañan la entrevista son las que forman parte de la exposición «La mirada del otro».
La entrevista está realizada por Carmen de la Guerra y Javier Díez y está publicada en el libro La Mirada en el otro. Conexiones-confrontaciones.
CARMEN de la GUERRA: ¿Qué ha supuesto para Humberto Rivas la fotografía?
HUMBERTO RIVAS: Una manera de expresarme, una manera de reflexionar, reflejar y opinar sobre el medio que nos rodea y sobre nosotros mismos, de una manera parcial y subjetiva para así poder alcanzar el mínimo indispensable de compromiso para con los demás y para con nosotros mismos: mostrarnos tal como somos o por lo menos tal como podemos ser.
JAVIER DÍEZ: ¿Cuál sería tu definición de lo que es o debería ser la fotografía?
H. R.: La fotografía es una forma que transmite la expresión, que tiene la capacidad de emocionar y transmitir el contenido de una imagen.
En fotografía todo es válido. Absolutamente todo. No hay límites. Soy muy anárquico, y defiendo la anarquía en el terreno de lo expresivo. No me interesan las ordenes del tipo “esto hay que hacerlo así o asá”. No hay reglas ni recetas. O sí, pero solo una: hagas lo que hagas, tiene que funcionar como lenguaje. Si haces una foto con lo “estrictamente fotográfico”- y esto último debe ir entre comillas, dado que es muy difícil marcar los límites-, tendrás que dominar ese lenguaje para que la imagen funcione plásticamente.
C. de la G.: ¿Cómo empezó a interesarse Humberto Rivas por la fotografía? ¿Creo que fue a través del cine?
H. R.: Efectivamente, ¿sabes porqué empecé a hacer fotos? No porque la fotografía me atrajera. Yo pintaba y había estudiado Bellas Artes, y empecé a fotografiar porque siempre me he considerado un loco perdido por el cine, hasta tal punto que me hice socio de un sitio en el que proyectaban películas y acudía todos los días. En Argentina, cuando era joven, junto a unos amigos montamos un grupo para producirlo, pero como no teníamos un duro, hacíamos lo que podíamos. Éramos un grupo de gente con inquietudes. Nos reuníamos en mi estudio dos o tres veces por semana. A la hora de realizar la distribución de las tareas nos las turnábamos. Si había alguien que sabía de montaje, no hacía el montaje. Si había alguien que sabía de iluminación, no hacía iluminación… lo hacíamos para que todos dominásemos las diferentes fases de producción, ya fuera de un corto o un mediometraje. Al final, todos sabíamos de todo. Entonces me compré, ayudado por mi padre, que quiso apoyarme de algún modo, una cámara de fotos de35 mm, una Nikon, para que yo pudiera hacer fotografías como de película, iguales a las de Igman Bergman, las de sus primeras películas… entonces empecé a entusiasmarme por la fotografía y no paraba de hacer fotos. Mis primeros trabajos reproducían, ya digo, escenas cinematográficas. Pero empezar, empecé con la pintura y el cine.
J. D.: Incluso llegaste a hacer más de un cortometraje.
H. R.: Sí, hice más de un corto… En cine llegué a hacer un mediometraje de16 mm. La última vez que estuve en Argentina, me lo traje porque tenía un buen recuerdo. Cuando lo hice me gustó. Después nos vinimos para acá y dejé todo el cine allá. Siempre me acordaba. Cuando fui por última vez conseguí que me dejaran una sala para ver la película. No dejé entrar a nadie, ni a mi mujer, ¡a nadie! tenía vergüenza. Lo que vi me siguió gustando y siempre pienso en volver al cine. Nunca me expliqué muy bien a mí mismo ese interés por cosas tan dispares. Pero tampoco soy único en el mundo. Con el tiempo la cosa se fue decantando, y al final terminé dedicándome sólo a la fotografía.
C. de la G.: Sin embargo tu formación y tus primeros trabajos como artista son dentro de la pintura.
H. R.: En paralelo a esto yo pintaba, pero llegó un momento, allá por el año 68, todavía viviendo en Argentina, en que una tarde estando en casa decidí eliminar por completo la pintura, romper todos los cuadros y no volver a coger los pinceles nunca más. A partir de ese momento nunca más hice ni siquiera un dibujo.
J. D.: ¿Por qué un abandono tan radical?
H. R.: Había en ella cosas que no me hacían sentir cómodo. Tengo que decir que el cambio a la fotografía no fue un cambio radical, sino algo paulatino, es verdad que los intereses fueron cambiando. Era la fotografía la que ocupaba el centro de mi vida. Nunca he dejado de hacer fotos, y estoy contento con la decisión que tomé en su momento.
C. de la G.: ¿Cómo era tu pintura?
H. R.: Era una pintura figurativa, bastante realista. Aún me sigue atrayendo la pintura, pero no me sentía cómodo. Vi que no era lo mío aunque me iba muy bien: exponía pintura y exponía fotografía, simultáneamente. Aunque mi actividad fotográfica era intensa no había dejado de pintar en ningún momento, más bien al contrario, pintaba mucho, y tampoco es que me fuera mal en la pintura, exponía incluso en Estados Unidos y en el MOMA me habían comprado un dibujo.
J. D.: El conjunto de su obra te muestra como un auténtico maestro del retrato. Incluso han llegado a encasillarte en esa única faceta. ¿Te llega a molestar este desconocimiento?
H. R.: No me molesta. Y tampoco me perjudica. Puede que sea más conocido sobre todo como retratista, pero tengo también trabajos comprometidos como paisajista y con las naturalezas muertas. A mí es un tema que me interesa mucho, porque tiene que ver con lo que es uno mismo , con su forma de ser; no para obligarse a tener un estilo determinado, sino como una forma de encarar el trabajo creativo; no sólo en la fotografía, sino en cualquier disciplina artística. Como retratista me ha interesado ser aparentemente realista, con un trabajo en el que nunca he dado pie al modelo a que finja, a que muestre una cara muy obvia, que es la tendencia natural. Intento que se manifieste como pueda, pero que en la medida de lo posible se ofrezca serio para no aportar una falsa información, una distorsión de sí mismo al espectador.
C. de la G.: ¿Cuál es tu método de trabajo en este sentido? ¿Tienes alguna estrategia ante el retratado?
H. R.: En alguna ocasión he dicho que realizar un retrato es iniciar una guerra con el modelo. Guerra o batalla en la que ha de ganar el fotógrafo para sacar lo mejor del retratado y no la máscara que pretende ofrecer, ya que los humanos siempre tratamos de mostrar nuestra máscara. Es evidente que el retratado asume un rol, una pose de cómo le gustaría aparecer. De alguna manera se autorepresenta, se pone gracioso, sonríe… pero eso no tiene nada que ver con su personalidad interior, que es lo que busco cuando hago un retrato. No todos los retratos son iguales, intento que tengan mucho que ver con cada uno de los personajes que escojo. Lo que tienen en común unos y otros es que se trata de fotos que me gustan a mí y que siempre trato, con el trabajo fotográfico, de identificarme, de inmiscuirme en su realidad.
C. de la G.: Pero tu interés por el paisaje y tu notable personalidad en este tipo de género fotográfico es algo palpable.
H. R.: De hecho a mí me gustan los paisajes tanto como los retratos, lo único que cambia es que estos están más relacionados con el ser humano por su presencia evidente. En los paisajes destaca la ausencia de figuras, pero la huella humana está ahí, silenciosa Disfruto mucho fotografiando paisajes. Ese trabajo me obliga a buscar más, a emplear otras cámaras, me permite tener casi un doble lenguaje. Las vías de investigación son distintas en uno y otro caso, pero comparten estar hechas por el mismo autor. Eso las relaciona y las dota de personalidad. Siempre me he preguntado por qué se acepta mejor que un pintor cambie de registro que en el caso de un fotógrafo.
J. D.: Hay bastante gente que cree que tus paisajes se asemejan o parecen retratos.
Eso depende de cómo lo percibe el que está mirando. Una vez me pasó algo en la galería Forvm de Tarragona. Era una exposición de retratos y entró una señora mayor con un carrito de la compra y se puso a mirar todas las fotos con detenimiento, dando la vuelta a toda la exposición; de pronto, miró hacia nosotros y nos preguntó: ¿quién es el que ha fotografiado a todos estos locos? Seguro que es más loco que ellos”. A mí me pareció fantástico. Cuando uno no se siente obligado a hacer cosas, forzosamente se acaba mostrando.
C. de la G.: ¿Tienes debilidad por lo urbano?
H. R.: Es que soy un hombre de ciudad. Toda mi vida he vivido en ciudades.
J. D.: ¿A un fotógrafo se le exige siempre una mayor definición que a un pintor, que se especialice en algo concreto?
H. R.: Yo siempre he peleado, he abogado por mezclarlo todo: no sólo retratos, no sólo paisajes. A un pintor, digo, no se le exige eso, ni a nadie dedicado a las artes plásticas, excepto a los fotógrafos que sí nos pasa. Nos lo exigen. Por ejemplo, las fotos de Bernard Plossu, pueden tocar temas muy distintos pero guardan entre sí la relación íntima de una misma poética. Picasso, que hoy hacía esto, mañana aquello, pero siempre tiene en sus cosas una poética profunda, interior, de la que te das cuenta perfectamente. También hay lo contrario: toda una vida Morandi pintó exactamente lo mismo. Cualquiera de las dos cosas vale.
J. D.: También hay pintores que son grandes fotógrafos…
H. R.: En ese sentido, sobre todo admiro los autorretratos fotográficos de Egon Schiele. Son impresionantes.
J. D.: ¿Dónde está la frontera esencial entre la pintura y la fotografía? ¿La fotografía tiene su lenguaje específico?
H. R.: Claro que la fotografía tiene un lenguaje específico, porque es un medio. La pintura es también algo específico, lo que permite a algunos mezclar esas dos cosas o tres cosas específicas y que también les funcione bien, depende a quien. Alguien que pinta y también hace fotos, si sabe hacer las dos cosas ¡fantástico! Ahora si lo hace sólo porque la moda lo indica… ¡malo!
C. de la G.: ¿Y la relación entre la literatura y la fotografía?
H. R.: Para mí la relación más profunda de la fotografía es con la poesía y no con la pintura. En una poesía encuentras eso que te conmueve por una cuestión de sutilezas y en la fotografía también. Ambas cosas sugieren. Adoro a Fernando Pessoa, soy un apasionado de su poesía y de sus textos. Hay un libro, “O libro do desasosiego”, donde habla mucho de los lenguajes. Lo discute con sus heterónimos y cada cual tiene su versión sobre lo que no tiene que ser la poesía. Todos tienen razón. Si vas leyendo eso y en el momento que dice algo de poesía lo cambias por fotografía, da exactamente lo mismo.
C. de la G.: ¿Y qué escritores te son cercanos?
H. R.: Proust. Voy leyendo y releyendo a trozos. He leído completamente “En busca del tiempo perdido”, pero lo releo muy a menudo. Roberto Alt, que en Europa no es conocido pero fue un gran escritor, muy influenciado por Dostoievsky. También me gusta la poética de Borges, tiene cosas muy buenas.
J. D.: Volviendo a tu gran pasión por el cine, que desemboca en tu vocación fotográfica, tus amores cinematográficos se decantaban por el neorrealismo…
H. R.: El cine me sigue interesando. Si hablamos de Visconti o de cosas por el estilo, estamos definiendo una de mis pasiones.
J. D.: Hay fotografías tuyas que tienen un ambiente de película.
H. R.: En algunos casos. Hay cosas que las monto especialmente así. Me interesa mucho la cosa encontrada o armar lo que tienes delante como se hace en el cine. Que después no se note, es otra historia. Todas mis fotos están para provocar algo determinado. Si es un retrato haré lo necesario para que el modelo haga lo que yo quiera… Hay algo de contacto entre una cosa y otra. En el paisaje empiezo por la luz: voy siempre con una lupa y cuando me gusta un lugar, veo de dónde sale el sol, por dónde se a ocultar, sé que a tal hora va a haber la luz que yo quiero y entonces me voy ahí a hacerlo. Después, las posibles alteraciones que pueda hacer con la cámara de placas, o el color, el blanco y negro, el tratamiento… Esa es la intención, de ahí a lo que consiga es otra historia.
C. de la G.: ¿Qué piensas de la fotografía documental?
H. R.: Yo me opongo totalmente a la determinación de llamar documental a cierta fotografía, es un grave error. Y después, que un tipo que haga esa llamada mala fotografía documental ¿qué diferencia hay con el otro que hace todo en su estudio o que inventa cosas? Sus fotografías van a valer por lo que tengan de expresividad. Porque hay muchos temas interesantes, pero si la foto es mala, con el paso del tiempo te acuerdas del tema pero no de la foto. Cartier Bresson, Eugene Smith, Capa, etc… hacían fotos fantásticas ¡y eran reporteros! Fíjate que cualquier obra buena, no sólo fotográfica, tiene un contenido aunque no se explique exteriormente, tiene un contenido que no se ve a primera vista porque se refiere a la vida de su creador, es una sutileza pero es así cuando te llega. A lo mejor no es tan evidente como en otro tipo de fotos, pero detrás hay algo y cuando hay algo, llega.
C. de la G.: ¿Crees en esa división que se hace entre los fotógrafos del “momento decisivo” y los que no?
H. R.: Fíjate en el ejemplo de Eugene Smith. Ves sus fotos y puedes hacer toda una teoría sobre lo que es el momento decisivo Él tenía la capacidad de reaccionar plásticamente en una fracción de segundo, en ese momento decisivo y convertirlo en una obra plástica maravillosa. Piensa en el momento justo en que está estallando una bomba, en medio de unas trincheras, él estaba a cien metros como máximo. Imagínate, ves eso plásticamente… a mí me cuesta una hora hacer esa composición y él lo hacía en una fracción de segundo. El momento decisivo… pero ¿para quién? Yo sería un fracaso.
J. D.: No parece que seas un fotógrafo de “momento decisivo”.
H. R.: En mis paisajes no aparece nadie sin que lo haya previsto. No porque me oponga, simplemente hasta ahora no me gusta, vete tú a saber qué pasa dentro de un año. El instante con la placa no es tan clave, pero siempre hay uno en el que voy a disparar.
C. de la G.: ¿Cómo ha evolucionado tu fotografía a lo largo de tu carrera?
H. R.: Bueno, miro una foto mía de los 50 y claro que la veo distinta, hay cosas que me pueden gustar y otras para quemar… Supongo que es normal, vamos cambiando, aunque parezcamos siempre el mismo. Mis fotos de ahora no son igual que aquellas aunque hay algo que las une, es lógico, pero no se sabe. En mis primeros pasos tuve una influencia total de Cartier-Bresson que luego fue desapareciendo. Mi mirada es bastante similar; no exactamente igual, pero muy parecida. Los intereses son los mismos. Se gana en experiencia y te da otra lectura de lo que haces.
J. D.: Precisamente se te señala como un fotógrafo fuera de moda, un fotógrafo atemporal.
H. R.: Prefiero no estarlo, no me gustan las modas. Me gusta que aparezcan cosas diferentes, no como moda sino como la expresión del interior de una persona, ya que somos todos distintos.
C. de la G.: Aunque en el retrato declaras tener algún maestro destacado.
H. R.: Sí, reconozco que tengo una gran influencia de los retratos de August Sander.
C. de la G.: ¿Existe una fórmula para hacer una foto de calidad?
H. R.: Estoy totalmente en contra de cualquier fórmula para explicar o para hacer algo en el arte. Si te guías por las fórmulas es como si te castraras a ti mismo, es lo que hace mucho la crítica.
J. D.: ¿Cuál es la esencia de tu fotografía?
H. R.: Nunca me dejé atrapar por mí mismo. Ése es mi trabajo, no tengo ninguna duda, un trabajo profundamente sentido. Mis fotos no las podría haber hecho de ninguna otra manera.
J. D.: Se te considera un auténtico clásico, un referente.
H. R.: No es algo que me preocupe. Sin embargo que me interesa mucho estar cercano a la enseñanza de la fotografía y lo que se pueda transmitir. Lo más importante que debe aprender un alumno es a no preocuparse porque su trabajo se parezca al de otro o que lo que se propone no le sale. Hay que quitarse esas preocupaciones de la cabeza para poder empezar a trabajar.
C. de la G.: Llevas como profesor más de treinta años, prácticamente desde que llegaste España el año 1976. ¿Has disfrutado?
H. R.: La enseñanza de la fotografía me gusta muchísimo, ojalá pudiera vivir de eso nada más. Además, estoy convencidísimo de que enseñando se aprende mucho, te obliga tener conocimientos para poder transmitirlos y luego está también la confrontación con la gente más joven que tiene mucho poder creativo detrás.
J. D.: ¿Cómo ves la formación en este campo en nuestro país?
H. R.: En el noventa por ciento de los lugares donde se enseña fotografía no se hace como una capacidad expresiva. He dado clases en muchos puntos de España y he encontrado muy pocos donde los alumnos en fotografía estudiaran Historia del Arte: Debería ser imprescindible. Encontrarte un fotógrafo en una exposición de pintura es casi milagroso y todo por la mala educación que hemos recibido.
C. de la G.: ¿Por qué viniste a España?
H. R.: Nosotros –mi esposa, que es pintora, y yo- nos conocimos en Buenos Aires hace ya muchos años. Cuando decidimos irnos a vivir juntos en Argentina lo celebramos viajando a Europa por un periodo de tres meses. Nuestro recorrido nos trajo a España, un país donde encontramos cosas que nos gustaron mucho. Tres o cuatro años después, cuando decidimos marcharnos de Argentina porque la violencia que se vivía era terrible, lo que hacía imposible permanecer allí, optamos por asentarnos en España. Cuando nosotros llegamos quedaban muchos miedos pendientes en la gente, puesto que la muerte de Franco había ocurrido hacía poco. A pesar de eso, Barcelona estaba en plena efervescencia cultural. Nos gustó y reforzó nuestro deseo de permanecer aquí.
J. D.: La fotografía ¿Arte u oficio?
H. R.: Conozco a un buen fotógrafo que si le dices: “¿Tú qué eres?, ¿fotógrafo?”, responde: «No. Yo soy artista». Una tontería puesto que él es artista –yo también- lo cual no quiere decir que seamos privilegiados, sino que nos desarrollamos dentro de una disciplina determinada, que puede ser la fotografía, la pintura, la poesía, o lo que sea. Renegar de ser fotógrafo como si fuera algo inferior, es una tontería. Lo que vale es arriesgarse a trabajar en lo que sientes y hacerlo como lo sientes. Eso es suficiente. De ahí, clasificarse como artista y no como fotógrafo… No he conocido nunca un pintor que le dijeras:” ¿eres pintor?” y contestara: «No, soy artista». No tienen el complejo de inferioridad que tienen los fotógrafos. Eso de: ”Esta no es una exposición de fotografía. El artista utiliza la fotografía”, es una tontería total.
C. de la G.: Siempre has diferenciado la fotografía profesional, la que hacías por encargo, de la que hacías como autor.
H. R.: Nunca quise mezclarlas, ni lo haré. Eso es una especie de esquizofrenia. Una cosa es ganar dinero profesionalmente, y trato de hacerlo lo mejor posible, pero dentro de ciertos límites que lógicamente existen en lo comercial. En la otra no tengo límites, el único soy yo, entonces ahí hago lo que quiero.
J. D.: ¿Crees que a la fotografía todavía le queda por recorrer un trecho en España para que pueda llegar a tener la consideración de la pintura?
H. R.: Hay una rémora que es horrible socialmente, pero muy cierta: el que compra pintura tiene el prestigio de tener algo que tú no tendrás. Es el fondo de la cuestión. Una vez un cliente de la fotografía profesional me invitó a su casa. Tenía mucho dinero. Al entrar me dice: “A ti te gusta el arte. Mira un Miró, tantos millones, un Tapies, tantos…”. No podía ver los cuadros, sólo le importaba lo que valían. No todos son así, pero en el mercado pesa. Al contrario, si tengo una fotografía tuya, también la puede tener otro, a mí me parece fantástico, pero a mucha gente no.
C. de la G.: ¿Estás de acuerdo con ser el fotógrafo del silencio?
H. R.: Nunca en fotografía he hecho algo a propósito. Siempre me dejo llevar por mis impulsos, por lo que yo tengo ganas y siento en ese momento. Aunque sí es cierto que existen unos temas que me pueden interesar más que otros, como por ejemplo la soledad y lo que eso implica con respecto al silencio, lugares aparentemente vacíos pero donde existe una presencia. Me importa mucho qué es lo que transmite la imagen y si hay angustia en un paisaje esto es lo que debe transmitirse en la fotografía. Creo que ninguna palabra puede añadir nada a mis imágenes, quizá por eso lo del silencio.
J. D.: Siendo un fotógrafo que trabaja de una manera tradicional, ¿Qué opinión tienes de la fotografía digital?
H. R.: También he trabajado soporte digital. En una muestra que se hizo en Argentina, en Buenos Aires, en el Centro Cultural San Martín en el año 1995, incluí dos imágenes con tratamiento digital. El tema analógico o digital no me preocupa en absoluto. ¿A caso no fue un cambio radical pasar del “daguerrotipo” al “soporte de cristal” y luego a la “película”? Estoy encantado de las posibilidades técnicas de la fotografía, no del uso que se está haciendo de ellas. Podríamos llegar a una mística de los medios.
C. de la G.: ¿Qué supuso para ti el Premio Nacional de Fotografía?
H. R.: Sentí ilusión. A través de este premio, sentí un reconocimiento y un respeto por mi trabajo de todos estos años. No lo valoré como una cosa excepcional otorgada a un ser excepcional ni nada por el estilo, porque yo no lo soy de ninguna manera, pero si lo valoré como un reconocimiento a lo mas importante de mi trabajo, que es mi obra personal, la que realizo con gusto y sin ninguna obligación. Pensé sobre todo que este tipo de reconocimiento no es solo para ti, sino en general para la fotografía.